Las descripciones están escritas de manera amena y en su justa medida
Sara Carlos / Villena 23.04.2023 | 10:02
Ismael Santiago ha publicado la segunda parte de su saga Inmemorian, El caso de los cerebros inservibles. Blake, cuya estrambótica personalidad destaca por encima del resto de personajes, se enfrenta a unas investigaciones que le hacen dudar a sí mismo de su capacidad como detective.
A pesar de los avances tecnológicos que han tenido en los métodos de investigación, parece que hecha la ley, hecha la trampa: unos asesinatos desafían la labor de los policías, impidiendo que puedan acceder a los recuerdos de las víctimas.
Sus cuerdas aportaciones, su moderación, son el contrapunto a su mente acelerada.
Inmemorian, de Ismael Santiago
Es imposible no cogerle cariño a Ron Blake, al igual que hace Marc, quien se ha convertido en el aprendiz de Blake y ha perdido protagonismo en este segundo volumen, pero sigue siendo una pieza clave en él.
La evolución de Marc es sublime. El cambio que ha experimentado el personaje desde el primer libro hasta el segundo y la profundidad que ha experimentado provoca que el lector empatice más con él. El personaje está avanzando en el mundo real a la vez que sale un poco de la realidad tan virtualizada en la que vivía antes.
Sabe que la vida va cargada de improvistos que te quitan las cosas con la misma rapidez con la que vienen.
Inmemorian, de Ismael Santiago
El estilo de Ismael Santiago es ameno incluso en las descripciones, que al aumentar el universo de la novela se requieren con frecuencia para entender cómo funcionan ciertos elementos. Pero estas se encuentran en su justa medida y no interfieren en el ritmo de lectura.
También destaca como hilvana dos casos en un mismo libro, haciendo que el lector no pierda el hilo de la trama durante la novela. Hay una reminiscencia a la famosa película protagonizada por Will Smith, Yo, robot, cuando habla de las tres leyes de la robótica.
El caso de los cerebros inservibles es una historia que supera a la anterior, ya que su complejidad engancha al lector durante toda la novela y le mantiene en vilo, haciendo crecer la tensión gota a gota, acción a acción, hasta el final.